De donativos y santuarios
Uno de los personajes de un cuento de Juan Rulfo de El llano en llamas le dice a su compañera, al llegar a una tierra extraña: “¿En qué país estamos, Agripina?”
Yo no sé en qué país estamos.
El día de ayer se confirmó públicamente la noticia de que el gobernador del estado de Jalisco, Emilio González Márquez, le regaló a la Iglesia católica –del erario, por supuesto, no de su bolsillo– 90 millones de pesos como ayuda para la construcción del llamado Santuario de los Mártires Mexicanos que se levantará en memoria, por supuesto, de los soldados de Cristo Rey muertos durante el conflicto religioso que sufrió México en el siglo pasado, no en memoria de los también soldados que estaban del otro lado y que eran también cristianos en su inmensa mayoría.
Tampoco, al parecer, Emilio González Márquez sabe en qué país vive: una nación en la cual el Estado y el gobierno están separados hace más de 100 años, y por lo mismo ningún gobierno está autorizado a darle un solo centavo a la Iglesia, no digamos 90 millones de pesos, que servirían, entre otras cosas, para construir aulas decentes o mejorar los servicios de salud.
Algo, sin embargo, sí sabemos de este país, y es que vivimos en un México que puede mostrar al mundo, con orgullo, la gran tolerancia que reina en él: toleramos la inmunidad del padre Maciel y del ex gobernador Montiel. Toleramos la desfachatez y el cinismo de Mouriño. Toleramos la lenidad cómplice del poder de aquellos ministros de la Suprema Corte que abandonaron a Lydia Cacho.
El regalo que hizo González Márquez a la Iglesia –con el dinero de los contribuyentes, que es de todos los mexicanos– viola de manera brutal una de las razones fundamentales de la existencia del Estado mexicano.
¿También esto lo vamos a tolerar?
Fernando del Paso
Ya nadie lo duda. La derecha --política, empresarial, religiosa-- va por todo. Dios nos agarre confesados. A veces me siento en la tentación de decir que extraño a los gobiernos priistas anteriores a los años 80 del siglo pasado.
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