Friday, November 19, 2010

El niño que quería ser soldado de Zapata


Una entrevista con Mauricio Ramírez Cerón (1904-2005), integrante del Ejército Libertador del Sur, publicada en La Jornada el 11 de abril de 2002.


ARTURO GARCÍA HERNÁNDEZ

Tilzapote, Mor. Una noche de febrero de 1918 el general Emiliano Zapata asistió a un baile en Tilzapote, pequeño poblado de Morelos en los límites con Guerrero. Estaba solo, sentado en un banco cuando se le aproximó un adolescente.

-Mi general -dijo.

-¿Qué te pasa, muchacho? -preguntó el caudillo.

-Quiero que me dé usted un arma para ir a pelear a su lado.

-Estás muy chamaco. ¿Cuántos años tienes?

-Ya tengo 14 años.

-No. Eres muy chico.

Zapata cedió ante la insistente convicción mostrada por el niño.

-Bueno -aceptó por fin-, ve a Jojutla a buscar al general Lorenzo Vázquez para que te dé una orientación de en qué le puedes servir.

Tiempo después el muchacho fue a Jojutla y se entrevistó con el general Vázquez. Luego de pensarlo, éste le dijo: ''Mira, como estás muy chamaco te puedes meter donde quiera. Vamos a darte una comisión de espía. Por lo pronto vas a ir a Buenavista a ver quiénes se han levantado en armas zapatista_10con los carrancistas, quiénes son los jefes de plaza, quiénes son los voluntarios, cómo van armados si tienen suficiente parque".

Así se integró Mauricio Ramírez Cerón al Ejército Libertador del Sur. Aquel niño hoy tiene 98 años y conserva intactos el entusiasmo y la pasión: ''Me siento orgulloso de haber servido a un hombre como el general Zapata, el hombre más limpio de la Revolución. Por eso seré zapatista hasta el último día de mi vida".

Contra la tiranía

Don Mauricio comparte recuerdos con La Jornada en el mismo lugar que ocupaba la casa donde nació. Por supuesto que ya no es la misma, pero se enorgullece de haber permanecido en el mismo sitio. Porque el pueblo ya no está donde estaba. Fue desplazado por una pequeña y apacible presa rodeada de colinas. Desde una terraza que domina el paisaje, don Mauricio señala el paraje y ratifica: ''Nací aquí en 1904. Cuando estalló la Revolución tenía yo siete años. Estaba chico pero me daba cuenta porque tenía escuela y los míos, es decir, mis mayores, me habían platicado que iba a haber una revolución y cuáles eran los principios de Madero cuando se levantó. Porque en ese tiempo había una tiranía. Un pobre cañero o un jornalero de hacienda ganaban 37 centavos trabajando de sol a sol. Entonces, cuando vino por aquí el general Zapata, yo ya tenía escuela".

Al ser aceptado como espía, Mauricio no tenía más equipo que su calzón, su camisa de manta, su sombrero de palma, sus huaraches, un bule para el agua, un machete para las culebras, una servilleta para tortillas y tortillas. Era su camuflaje. Si alguien llegaba a detenerlo diría que iba por tortillas: ''A nadie le comenté nada y así me fui el primer día a Buenavista, a tirarme en la sombra entre los carrancistas. Así fui sirviendo al Ejército Libertador del Sur. Fui con voluntad. Sabía que si me agarraban, no diría nada aunque me mataran".

Mauricio Ramírez Cerón es uno de los últimos sobrevivientes del Ejército Libertador del Sur. Parte de sus experiencias también han sido registradas en el documental Los últimos zapatistas. Héroes olvidados, de Francesco Taboada y Sarah Perrig, que se exhibirá en la Cineteca Nacional a partir del 17 de abril. En el momento de realizar ese filme, Taboada y Perrig lograron entrevistar a 12 zapatistas, de los cuales en la actualidad sólo sobreviven cuatro.

Aunque parte de los hechos que recuerda Ramírez Cerón ya están en los libros, es fascinante oírlos de boca de alguien que fue protagonista y testigo. Cuando habla, la mirada se le ilumina de tal forma que pareciera que estuvieran ocurriendo en ese momento, frente a sus ojos. Un cronista de la historia en primera fila.

Un hombre entero, no un bandido

Todo conflicto armado implica un riesgo constante. Quienes voluntariamente participan en él lo saben y lo asumen. Eso no fue tan difícil para Cerón como los días que siguieron al asesinato de Emiliano Zapata: ''Cuando me enteré, sentí una cosa pesada, un sentimiento muy fuerte. Porque en realidad era un buen hombre, un hombre de buenos sentimientos, un hombre entero. No era un bandido. Como había escasez, él compraba ropa y la regalaba; regalaba metros de género; traía frijoles y arroz regalados. Pero cuando murió, muchos que eran zapatistas se voltearon de carrancistas por el pago que les daban cada 15 días; el chivo, le decían. Yo seguí zapatista y me tuve que ir. Me dijo un tío 'vete porque acá andas peligrando'. De ahí nos desbalagamos todos. Yo me fui a Jojutla, Tlalpuyeca, Xochitepec. Así anduve".

Cuando se le pide su opinión sobre el EZLN y el levantamiento indígena en Chiapas, don Mauricio responde sin dudar: ''Estoy de acuerdo con ellos, son hombres de la misma raza que nosotros, defienden a los suyos, que son prietitos y son nuestros compatriotas y son castigados por tanto cacique que hay todavía en Chiapas. Esos hombres tienen toda la razón. Como Zapata. Por eso hoy, sentado en esta silla de ruedas, todavía respondo por el nombre de Zapata, porque quien defiende a los pobres que no se pueden defender es un héroe".

Friday, August 20, 2010

El día que mataron a Trotsky




El 20 de agosto de 1940 --hoy hace 70 años-- Ramón Mercader, un comunista español, burló la seguridad de la casa que habitaba en Coyoacán el revolucionario ruso Leon Trotsky, junto con su esposa y su nieto Esteban Volkov. So pretexto de darle a revisar un artículo que había escrito, Mercader entró hasta el estudio Trotsky. Cuando el fundador del Ejército Rojo se inclinó sobre el escritorio para leerlo, le asestó un golpe en la cabeza con un piolet.

El crimen fue ordenado por José Stalin, inicial compañero de lucha de Trotsky junto a Lenin. Cuando Lenin murió, Stalin tomó el poder y empezó una purga política que incluyó a Trotsky, a quien primero obligó a exiliarse y después mandó matar.Para lograr su cometido, Mercader se hizo amante de la secretaria del líder revolucionario, después se hizo amigo de la familia, a la que convenció de que era un trotskista fuera de toda sospecha. El intelectual y revolucionario ruso falleció al día siguiente del ataque. La noticia conmocionó al mundo.
En esta entrevista realizada y publicada hace cinco años en el periódico La Jornada, Esteban Volkov comparte sus recuerdos del día que asesinaron a su abuelo y reflexiona sobre el impacto personal y político del hecho.
(En la imagen se ve a André Breton, Diego Rivera y León Trotsky, durante los días del exilio del líder ruso en México)



Arturo García Hernandez
Aquel 20 de agosto de 1940, el adolescente Esteban Volkov regresaba de la escuela cuando a lo lejos percibió un movimiento inusitado frente a su casa. Había una patrulla y gente entrando y saliendo. Algo raro pasaba: ''Tuve una sensación de angustia y una premonición". Al entrar vio a su abuelo, León Trotsky, herido en la cabeza y un charco de sangre sobre el piso.

El comunista español Ramón Mercader, a las órdenes de José Stalin, acababa de asestarle un golpe mortal con un piolet. No obstante el dolor, en medio del ajetreo de familiares, colaboradores y policías, el revolucionario ruso tuvo fuerzas para hacer dos peticiones: que sus guardias personales no mataran al agresor, para que confesara quién lo había mandado, y que retiraran a su nieto del lugar.

Después de 65 años del atentado, a Volkov todavía le conmueve el gesto de su abuelo: ''Siempre me ha emocionado que al final de su vida todavía dijera, como para protegerme: 'mantengan alejado al chamaco, no debe ver'".

Horas después, Trotsky moría en un hospital y el mundo se conmocionaba con la noticia.

-¿Qué sentimientos lo invaden a 65 años del hecho?

-Pienso que cayó en las trincheras de su revolución, de la lucha política. El sabía que no iba a morir de vejez en la cama, era parte de su biografía, de su agitada vida. Yo veía la sencillez de su vida, la entrega total a su lucha.

-¿El adolescente que usted era ya lo entendía así, o lo fue aceptando con el tiempo?

-Yo viví el entorno, viví en carne propia el asedio estalinista, sentí mejor que nadie la cantidad de calumnias, la fabricación de mentiras de que era víctima Trotsky; una sarta de infundios, como que era agente del imperialismo estadunidense y no sé cuántas cosas inverosímiles y absurdas. La falsificación histórica y el empleo del asesinato en lugar de la discusión política.

-¿Cómo fue su vida en los días siguientes al asesinato de su abuelo?

-Yo era ya un joven incorporado al medio mexicano, estudiaba, tenía amigos, me integré muy bien al país. Seguí otro camino, la química, que me apasionó. Me metí al campo de la farmacéutica, en el ramo de las hormonas, donde trabajé muchos años. Era una industria en la que México fue pionero. Tuvo aplicación en los anticonceptivos. Trabajé en desarrollo tecnológico, me tocó diseñar el primer método de elaboración de anticonceptivos.

Esteban Volkov nació en la ex Unión Soviética. Cuando sobrevino la ruptura de su abuelo con Stalin, salió junto con él y otros familiares a un exilio itinerante por Turquía y varias capitales europeas.

Trotsky arribó a México en enero de 1937. Su nieto permaneció en París con la viuda de su hijo León Sedov, quien presumiblemente también había sido asesinado por órdenes de Stalin. Esteban llegó a México un año antes de que mataran a su abuelo.

En mayo de 1940, Volkov también había sido testigo del atentado que encabezó el pintor David Alfaro Siqueiros -''estalinista de hueso colorado"- al frente de 20 hombres disfrazados de policías. Trotsky salió ileso y el joven Esteban recibió un rozón de bala en una pierna.

Actualmente el nieto de Trotsky prepara un libro de memorias: ''Es el relato de lo que hemos pasado en lo personal y las etapas en que estuvimos cerca del abuelo, el último episodio de su heroica lucha''.

-¿No ha regresado a Rusia?

-Estuve en 1989. Pierre Broué -que acaba de morir- un excelente historiador francés, biógrafo de mi abuelo y amigo mío, me llamó por teléfono y me dijo: ''Esteban, acabo de encontrar a tu hermana en Moscú, es urgente que vayas de inmediato, está gravemente enferma, tiene cáncer y no va a durar". Ya eran tiempos de Gorbachov y había cierta apertura. Saqué mi visa y emprendí el viaje a Moscú.

''Logré conocer a Alejandra, que era una media hermana. Fue un encuentro extraordinario, como dos náufragos que se encuentran de repente después de años de separación. Aunque no hablamos un idioma común, algunas amistades tradujeron y permitieron un diálogo."

-¿Ya no hablaba usted el ruso?

-No, para nada, es un idioma totalmente desconocido para mí.

-¿Y qué fue para usted encontrarse en la tierra de su abuelo y la suya propia?

-Rusia no me agradó, soy alérgico a ese país, le tengo aversión después de todo lo que pasó en el régimen de José Stalin. Además soy naturalizado mexicano, estoy totalmente asimilado a los hábitos, las costumbres, la comida. México es mi patria, el país que admiro y quiero.

-¿Se sintió en peligro durante aquella visita a Rusia?

-¿Qué le puedo decir? No amenazado, pero sí sentí resabios de lo que era la dictadura, la tiranía de aquel aparato. Lo sentí en la aduana, en la inspección en el aeropuerto, en la revisión meticulosa de todos mis papeles. Misteriosamente desapareció mi equipaje y me lo entregaron dos o tres días después. Se veía que lo habían sometido a una revisión.

-¿Cuánto tiempo estuvo allá?

-Cinco días.

-Fue poco.

-Sí, y eso que tuvimos un acogida amistosa, por periodistas y parte de cierto sector intelectual. Nos reunimos con grupos que rescataban la memoria de todas las víctimas de Stalin. Había en esos días una pequeña exposición con fotografias de Trotsky.

''También fuimos a visitar el mausoleo de Lenin. Fue una experiencia extraña: la inmensidad de la Plaza Roja, estaba nevando, la catedral de San Patricio al fondo, la inmensidad del Kremlin, el peso que tenía aquello."

-¿No pensaba: ''mi abuelo hizo la revolución con el hombre cuyos restos están ahí"?

-En ese momento no. Me pesaba la atmósfera del régimen de Stalin. La verdad es que cuando me subí al avión y levantamos el vuelo, sentí alivio.

Esteban Volkov está convencido de la vigencia del pensamiento político de su abuelo. El estalinismo y las dictaduras que solapó en Europa del Este son las que cayeron con el Muro de Berlín: ''No tienen nada que ver con el auténtico socialismo".

-Usted no tiene duda de que le llegará su tiempo a ese auténtico socialismo, ¿verdad?

-No. A lo mejor no lo vamos a ver, pero es la única solución para salir de la violencia, de las carencias, del hambre, de la injusticia, de la explotación. El capitalismo ha demostrado que no resuelve las necesidades de la humanidad, al contrario, está en un callejón sin salida.

-¿Se considera un ideólogo?

-De ninguna manera. Me considero un testigo histórico, afortunado, de una serie de acontecimientos muy importantes, y tengo la suerte de estar todavía aquí. Tengo 79 años.

''Nadie de mi familia ha llegado a esta edad. Nunca pensé llegar al 2000 y resulta que ya llegué hasta el 2005.''

Saturday, August 07, 2010

Una marcha histórica


La marcha de periodistas --del Angel de la Independencia a la Secretaría de Gobernación-- exigiendo garantías en el desempeño de su trabajo y en protesta por el secuestro y asesinato de colegas es histórica. Nunca antes se había dado una acción conjunta de esa magnitud de un gremio que se caracteriza por su individualismo, su dispersión, las rivalidades históricas y la mutua desconfianza. A raíz del asesinato de Manuel Buendía, en mayo de 1984, hubo pequeñas aunque importantes manifestaciones frente al monumento a Zarco; posteriormente parte del gremio alzó la voz contra la Ley Mordaza impulsada por Miguel de la Madrid. La reunión de este sábado fue alentadora por el número y la pluralidad de sus participantes, algo impensable en otras circunstancias. Habrá que agradecer la presencia solidaria de organizaciones civiles y ciudadanos en lo particular que se sumaron a la movilización.
Claro, lo ideal habría sido contar también con la presencia de dueños y directivos de medios que respaldaran el reclamo de los periodistas. Pero ya era pedir demasiado. Como sea, el hecho es alentador. Ojalá sea el principio de un proceso de organización que derive, por un lado, en mejores condiciones de trabajo; por otro, en una reflexión y toma de conciencia colectiva sobre el papel de los periodistas en la actual coyuntura del país. La situación social, económica y política del país, junto al impacto de internet y el desarrollo tecnológico de los medios, supone retos inmensos que habrá que afrontar organizados, con rigor, creatividad e imaginación, sin menoscabo de las necesarias e inevitables diferencias.

Friday, July 23, 2010

Réquiem por El Gallito Inglés


Arturo García Hernández
El albur es cultura. Responde a la definición según la cual cultura es el conjunto de costumbres, prácticas, códigos y reglas que identifican a un grupo social o a una comunidad. Sin embargo, el albur no pide ni necesita certificados de legitimidad en tanto que expresión de raigambre netamente popular, aunque actualmente tiene pleno reconocimiento como tal en ámbitos intelectuales y académicos. Esto se debe en gran medida a uno de los libros más vendidos (y leídos) de México: Picardía mexicana, cuyo autor, Armando Jiménez, falleció el pasado 2 de julio a los 93 años de edad.
El denominado “rey del albur” no fue un escritor de prosa refinada ni un ensayista de revelaciones deslumbrantes, pero con Picardía mexicana (1960) entró por la puerta de atrás (dicho esto sin albur) en el apasionante y prolongado debate sobre “la identidad nacional” iniciado luego del triunfo de la Revolución Mexicana y sostenido durante buena parte del siglo pasado por autores como Samuel Ramos (El perfil del hombre y la cultura en México), Rodolfo Usigli (El gesticulador) y Octavio Paz (El laberinto de la soledad), entre otros.
Ingeniero y arquitecto egresado del Instituto Politécnico Nacional, Armando Jiménez (Piedras Negras, 1917) tuvo el mérito de identificar una expresión cultural donde nadie la reconocía y cuyo estudio, en su momento, no otorgaba prestigio intelectual; tuvo la paciencia y la generosidad para hacer un registro que al paso del tiempo ha adquirido gran valor documental; encontró el tono y la forma adecuados para realizar un obra que atrae la atención tanto de académicos y especialistas en distintas disciplinas (sociólogos, antropólogos, filólogos) como de cientos de miles de lectores distribuidos en todos los estratos sociales.
Se puede inferir que Picardía mexicana es el único libro que muchas personas han leído en su vida. El escritor Luis Miguel Aguilar escribió hace poco que hubo una época en que todos los hogares de clase media (y habría que añadir media baja) había una Biblia, a la vista de todos, y un ejemplar de Picardía mexicana oculto en algún rincón.
En mi experiencia personal, la descripción de Aguilar es exacta: la Sagrada Biblia en fascículos coleccionables estaba a la vista de toda la familia. Pero la curiosidad (valga el eufemismo) preadolescente me llevó a descubrir bajo el colchón de la cama en que dormían mis padres un libro cuyo primer atractivo era que estaba escondido. Lo que siguió fue leerlo en sesiones clandestinas en las que el temor de ser descubierto era tanto como el disfrute culposo proporcionado por su lectura. En las frases de doble y hasta triple sentido, en los retruécanos, giros lingüísticos, sentencias y anécdotas, vino el descubrimiento de un universo sicalíptico y escatológico: ingenioso y refinado en ocasiones, burdo y grotesco en otras, pero a decir verdad divertido para aquel adolescente ávido de novedad que empezaba a asomarse al mundo.
El mismo Armando Jiménez era un adolescente cuando le vino la idea del proyecto que derivó en Picardía mexicana. Según su propia versión contada a un periodista en 2002, a los 18 años, en la Ciudad de México, empezó a ver “con tristeza” que desaparecían cantinas, pulquerías, salones de baile, carpas, teatros de revista, prostíbulos y cabarets: “sin saber para qué, me propuse rescatarlos del olvido, me armé de una cámara fotográfica, una libreta de apuntes, muchos lápices, y por cuanto establecimiento de estos pasaba le tomaba fotografías del exterior, pedía permiso para tomar del interior, conversaba con el dueño, con el encargado, con los parroquianos, con los vecinos, y llegué a reunir 2 mil 500 expedientes de otros tantos sitios”.
Parte de lo que encontró es el material reunido en Picardía mexicana, del cual a la fecha se han publicado más de 140 ediciones y se han vendido alrededor de 4 millones de ejemplares.
La primera edición, en septiembre de 1960, provocó las protestas de la retrógrada e influyente Liga Mexicana de la Decencia. En contraparte tuvo el aval de Alfonso Reyes, santón incuestionable de la literatura mexicana, cuyo comentario aunque breve no pudo ser más elogioso: “Todos los mexicanos hemos soñado, en cierto momento, escribir un libro como éste, y aun dimos los primeros pasos hacia esa meta; pero tropezamos en el camino con obstáculos casi insalvables que impidieron su realización. Picardía mexicana tendrá gran importancia y su valor irá aumentando al través de los años”. Palabras de profeta.
A lo largo de los 50 años transcurridos desde su aparición, el libro contribuyó a derribar tabúes, asestó un golpe a la hipocresía y a la doble moral y amplió los márgenes de libertad en una época en que el poder político y sus cercanos decidían que se debía escribir, filmar, pintar, fotografiar. Resulta sintomático, por ejemplo, que el mismo año de la publicación de Picardía mexicana, el cineasta Julio Bracho filmara La sombra del caudillo, basada en la novela homónima de Martín Luis Guzmán y cuyo tema central es un asesinato político en el que se incrimina a Alvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. La cinta permaneció 30 años enlatada.
El éxito de Picardía mexicana --reforzado por los posteriores y sucesivos prólogos de eminencias literarias como Camilo José Cela y Octavio Paz-- es en todo caso y más allá de gustos personales, un triunfo de la libertad de expresión.
A todo esto ¿qué tiene que ver el Gallito Inglés del título? Bueno, es el dibujo con que Armando Jiménez acompañaba su nombre y los autógrafos que daba a sus admiradores. En la página 127 de la sexagésima sexta edición de Picardía mexicana el dibujo viene acompañado por el siguiente texto: "Este es el gallito inglés,/ míralo con disimulo,/ quítale el pico y los pies/ y métetelo por el culo". Así dice.

Monsiváis superstar



Arturo García Hernández
Muchos y muy variados temas atraparon la atención de Carlos Monsiváis, pero la farándula es uno de los que tuvieron un lugar especial entre sus obsesiones. La parafernalia del espectáculo le fascinaba como objeto de estudio al tiempo que le seducía la fama evanescente y el glamour de oropel que envuelve al medio.
La bibliografía del escritor da cuenta amplía de su filias faranduleras. Ahí está, por ejemplo, incluida en el libro Días de guardar, la crónica de un concierto de Raphael en la Alameda Central de la Ciudad de México y después en un centro nocturno de moda, en 1968. Mordaz y lapidario, el cronista desmenuza los comportamientos del público en uno y otro escenario, intercala observaciones de orden sociológico, compara y establece una lucha de clases en la que todos pierden, hace crítica política, vapulea y condesciende con el entusiasmo desbordado de las admiradoras del cantante y remata, quizás curándose en salud: “el que esté libre de pósters que tire la primera piedra”.
En Amor perdido se encuentra, a juicio de quien esto escribe, una de las piezas periodísticas más logradas de Monsivaís: la magistral semblanza que hace de Agustín Lara, donde rastrea la raíz lírica del autor de Noche de ronda; demuestra que sus canciones son las herederas cursis de la poesía romántica de fines del siglo XIX y principios del XX; y sostiene algo que no resulta nada desdeñable considerando el actual empobrecimiento y corrupción del idioma: “Divulgada y arraigada la fe nacional en la poesía (durante el siglo XIX), le tocará en el siglo XX a la ‘canción romántica’ mercantilizar el alborozo de sus creyentes”.
Lo que hace aún más notable al texto es cómo el autor documenta el “panorama de costumbres” (palabras de Salvador Novo citadas por el propio Monsiváis) en el que surge la vida y leyenda de Agustín Lara. Sitúa el contexto social, político y cultural (incluido lo moral) para entender por qué las canciones del “músico-poeta” se convirtieron en el libro de texto para la educación sentimental de varias generaciones de mexicanos a partir de los años 20 del siglo pasado.
También en Amor perdido, Monsiváis aborda la épica etílico-amorosa de José Alfredo Jiménez, para hablar de las contribuciones del compositor guanajuatense a la conformación de cierto estereotipo --constantemente actualizado-- de lo mexicano: “En las antípodas de Lara, José Alfredo no rehusa el lugar común verbal o melódico (seguramente los ignora como tales) y hace suya, sin reservas, la idea mayoritaria de lo poético”. Monsiváis reproduce las críticas que la intelectualidad hace de las canciones de José Alfredo y del universo donde surgen: “Machista, dipsómano, desobligado, incapaz de afrontar la realidad”, y párrafos adelante lo describe de manera absolutoria: “(José Alfredo Jiménez) El hombre que desarticuló una prédica del machismo y legitimó y promulgó las ‘lágrimas de los muy hombres’ es ya institución perdurable de una colectividad y su memoria recóndita de pérdidas y despojos (con la consiguiente reconstrucción teatral de los hechos). Ojalá que nos vaya bonito…”
Tiempo después, en la década de los noventa del siglo pasado, engañado por el espejismo que a muchos nos engañó, el escritor testimonió en Los rituales del caos el momento de mayor fulgor y credibilidad de la hoy inefable Gloria Trevi. Años antes del escándalo que dejó al descubierto el rostro verdadero de la cantante regiomontana, Monsiváis vio en ella a “la vocera de una generación” en cuya popularidad “intervienen la audacia y la franqueza y el juego erótico y la apariencia frágil y cachonda y la energía y la voz gruesa, gruexa, que anima un repertorio donde las ganas y su realización instantánea son una y la misma cosa”. Ya todos sabemos lo que pasó después.
Es inagotable la lista de personajes y fenómenos relacionados con la farándula de los que se ocupó Carlos Monsiváis.: desde las figuras legendarias de la llamada “Epoca de Oro” del cine mexicano como María Félix, Pedro Infante, Tin Tan y Tongolele, hasta Los Tigres del Norte y Molotov, pasando por Paquita la del Barrio, Irma Serrano (La Tigresa), El Piporro y Luis Miguel.
El cronista y ensayista sabía --y por él muchos lo entendimos así-- que la farándula es un espejo de la verdad en el que también se pueden observar las aspiraciones, miedos, limitaciones e, incluso, virtudes de una sociedad.
Resta decir que Monsiváis no fue únicamente un observador distante y neutral de la farándula nacional, también fue un protagonista. En contraste con su talante huraño y solitario, realmente parecía disfrutar, a su muy particular manera, de las cámaras y los reflectores. Así lo demuestra su aparición en un videoclip de Luis Miguel, su papel como Santa Claus ebrio en la película Los Caifanes, aquella escena del filme En este pueblo no hay ladrones, donde se le ve --quizás veinteañero-- jugando billar junto al escritor Juan Rulfo y al caricaturista Abel Quezada. Ahí está también su presencia en programas de televisión como El Calabozo o chacoteando con La Beba Galván (personaje de Víctor Trujillo).
Sin pretensiones de juzgarlo, se puede decir que este aspecto en apariencia frívolo de su personalidad, tuvo que ver para que se distinguiera como el intelectual más mediático del México contemporáneo: Monsiváis superstar.

Monday, June 21, 2010

El siglo XX mexicano según Carlos Monsiváis


Resulta difícil imaginar un México sin Carlos Monsiváis. No es una afirmación sentimental ni melodramática. Su omnipresencia y la impronta de su obra impregnaron prácticamente todos los ámbitos de la vida pública –cultural, política, social-- durante las últimas cinco décadas. Sus libros, sus gustos, la amplitud y variedad de sus intereses intelectuales, así como sus opiniones y hasta sus chistes, constituyeron una influyente manera de ver y entender al país.
La literatura, el cine, la pintura, la cultura de masas, el periodismo, la historia, los ídolos populares, son algunos de los muchos temas que estuvieron en el centro de sus obsesiones. En la entrevista que a continuación se reproduce, el cronista y escritor los enumera.
Fue realizada en vísperas del inicio del año 2000 y publicada por La Jornada el 30 de diciembre de 1999, como parte de una serie de entrevistas con intelectuales y artistas, convocados a revisar lo que había sido el siglo XX mexicano en el campo de lo social, la cultura y la creación artística.

(Foto: Barry Domínguez)

Arturo García Hernández
¿Cuáles son, según Carlos Monsiváis, los acontecimientos y las personalidades que definen al siglo XX mexicano? Uno de los más atentos observadores de la vida pública mexicana, autor de libros como Días de guardar y Amor perdido --imprescindibles para entender el México contemporáneo--, advierte de entrada: ''Toda respuesta sobre un asunto tan general se condena de antemano al fracaso. No le hace, me someto a la regla del juego de la entrevista, y me lanzo a la empresa inútil: vislumbrar un siglo tan complejo por medio de unos cuantos nombres y la enumeración fugaz de movimientos fundamentales''.
Asumido el riesgo de ''las imprecisiones y las injusticias'' que implica ''generalizar y al vapor'', Monsiváis expone: ''Son imprescindibles, desde luego, en materia de generosidad política, de visiones que sus enemigos calificaron de 'utópicas' (en el sentido de enloquecidas), Ricardo Flores Magón, Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Lázaro Cárdenas... Por otro lado, en una suerte de conjunto escultórico de la ambición del poder, Venustiano Carranza, Alvaro Obregón, Plutarco Elías Calles. En otro nivel, el del estrépito catastrófico, con muchísimos puntos en común, aunque ninguno de los dos lo admita, hay que citar a Luis Echeverría y Carlos Salinas de Gortari.
''En vida literaria e intelectual el listado es abundante: José Vasconcelos, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Octavio Paz, José Revueltas, Rosario Castellanos, Elena Garro, Jaime Sabines, Carlos Fuentes, Rubén Bonifaz Nuño, Fernando Benítez, Ricardo Garibay. De éstos, algunos cubren espacios amplísimos: Vasconcelos, Reyes, Octavio Paz, desde luego. La lista es por supuesto y penosamente incompleta, pero ninguno de los citados resulta excluible por su calidad, la vocación llevada hasta sus últimas consecuencias, la renovación que trajeron consigo. Y en arte, cómo no citar a Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Frida Kahlo, María Izquierdo, Rufino Tamayo, Ernesto García Cabral, Leonora Carrington, Gabriel Figueroa, Remedios Varo, Manuel Alvarez Bravo, Lola Alvarez Bravo, Luis Buñuel, Emilio Fernández, Nacho López, Héctor García, Guillermina Bravo... Y en vida popular, son inescapables Agustín Lara, Cantinflas, Tin Tan, Joaquín Pardavé, Jorge Negrete, Pedro Armendáriz, Pedro Infante, Dolores del Río, María Félix, Tomás Méndez y José Alfredo Jiménez.
"Como ves, el catálogo devora el espacio y arrincona a la entrevista en la zona de los inventarios. Pero cada uno de los incluidos le ha aportado a la sociedad mexicana (la mayoría no sólo a ella) estímulos, gozos perdurables, modelos, temas de conversación, orgullos nacionales y regionales... Lo que se te ocurra. Pero luego viene el riesgo de las exclusiones. Si se acepta el criterio (finalmente escénico) de tomar el siglo como un hecho concluido, entonces, así esté en en plena producción, debo incluir, entre otros, a Elena Poniatowska, Vicente Rojo, Sergio Pitol, Gabriel Zaid, José Emilio Pacheco, Rodolfo Morales, José Luis Cuevas, Francisco Toledo. Y los más jóvenes. El siglo ha sido productivo y un catálogo tiende a embalsamarlo.
Por lo que se refiere a movimientos, el cronista, autor de Escenas de pudor y liviandad y Los rituales del caos, destaca: ''Desde luego, la Revolución Mexicana, pero vista un tanto más de cerca, la Revolución se desglosa en una enorme cantidad de tendencias, de enfrentamientos, de facciones, de ideologías: son demasiados movimientos en uno. Allí coinciden, por ejemplo, el oportunismo como rector ideológico, el nacionalismo, la creación de instituciones, el reconocimiento –así sea superficial y frustrado-- de los derechos de obreros y campesinos, la emergencia del pueblo como entidad visible, incitadora de una estética, la creación del muralismo y de una novelística poderosa que incluye a escritores tan extraordinarios como Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, etcétera.
''El segundo movimiento es la modernidad, esta búsqueda frenética de un país distinto y ya no periférico, metropolitano en las actitudes mentales. La modernidad frenó la feudalización económica y cultural del país, pero a contra sensu auspició la corrupción devastadora, la burocratización del Estado, el ecocidio y la privatización (no declarada) de bienes nacionales a cargo de la casta política. Un tercer movimiento se concentra en las siglas del PRI y sus setenta (excesivos) años de dominio. No se puede disminuir su importancia ni la extensión de sus daños. Lo positivo (la interrupción de la lucha de facciones, el desarrollo institucional, la estabilidad y la pacificación) se descompone y se vuelve desastre al sumar las cargas de corrupción, de autoritarismo, de negación de vida democrática y derechos humanos, de impulso a una casta en la que no escasean los gángsters. Una cuarta tendencia fundamental es el 68, no sólo por la tragedia de Tlatelolco y las movilizaciones estudiantiles, sino porque una generación juvenil halla la continuidad del proceso de modernización en la protesta, la emergencia en las calles y de la búsqueda de un nuevo lenguaje.
"Y es valiosa la búsqueda de la democracia electoral por parte del Partido Acción Nacional (PAN), muy eficaz durante décadas. Y así por largo tiempo se haya dejado definir por el estalinismo y el sectarismo, hay aportaciones admirables de la izquierda, en la historia que va de los anarcosindicalistas de principio de siglo a los organizadores campesinos de los veinte; de los antifascistas de los treinta a los maestros normalistas del Movimiento Revolucionario del Magisterio; de los zapatistas de Morelos a los activistas de los derechos humanos''.
--Más específicamente, ¿qué personalidades de la izquierda y la derecha repercuten de un modo u otro en el siglo XX?
--Bueno, hay símbolos, líderes, historias del fracaso que se torna éxito, historias de éxitos efímeros. Mencionaría en una primera lista a Herón Proal, el agitador de principios de siglo que organiza la huelga inquilinaria en Veracruz y termina destruido por la incomprensión, la represión, la indiferencia. A Juana Gutiérrez de Mendoza, cercana a los anarcosindicalistas y una luchadora incansable del primer feminismo. A Valentín Campa, el militante dogmático, tozudo, de un estalinismo férreo pero honrado de una manera impresionante y con la dignidad suficiente como para rehusar participar en el asesinato de Trotski... La lista puede continuar, pero lo que más me interesa es reconocer este gran esfuerzo anónimo, religioso a su manera, de los que no se doblegaron al autoritarismo, que insistieron en sus ideales sin tomar en cuenta persecuciones y riesgos literalmente mortales.
''El campo religioso también ha dispuesto de seres admirables. No conozco muy bien su historia, pero sé de su consecuencia, su honradez, su entrega. Todo esto debe recuperarse, la historia de los ejemplos a contracorriente en un siglo hecho para la mayor gloria del capitalismo salvaje''.
--¿Después de Juana Gutiérrez de Mendoza, ¿quiénes continuaron con ese incipiente feminismo?
--El problema es la ausencia de un registro más detallado, pero son miles las maestras de primaria que participan en el sufragismo o defienden la causa de un sindicalismo justo e independiente. Son numerosas las organizadoras obreras y vale la pena mencionar a las radicales de los veinte y los treinta, las militantes combativas y expresivas cuya figura arquetípica es Benita Galeana. Y en un país tan públicamente tradicionalista y machista, falta el estudio de esas mujeres excepcionales que soportan ultrajes, burlas, persecuciones, y reivindican sus derechos. De citar a una persona, mencionaría a Nancy Cárdenas, la primera gran defensora de los derechos legítimos y legales de las minorías sexuales. Hoy, Marta Lamas me resulta la figura más significativa por su inteligencia, su coherencia, su integridad.
--¿Crees efectivamente que podemos hablar de héroes anónimos en este siglo?
--Creo que el heroísmo es casi siempre anónimo. La idea de heroísmo ligado a personas se ha desgastado con el escrutinio de biógrafos y autobiógrafos, al punto de que casi se podría decir ''Hasta los héroes tienen virtudes''. Es demasiado lo que sabemos de los grandes nombres, de su vanidad, de su sentido de la hazaña como estanque de Narciso. Así, las más de las veces el heroísmo impecable en México ha sido anónimo. Y cuando digo "anónimo" me refiero también a la falta de curiosidad pública para saber quiénes han sido seres admirables y en qué consisten sus vidas.
--Entiendo que hay una deuda ahí, que falta documentar eso.
--Sí, existe una deuda con su gran pasado de un país al que determina en exceso el star system, trátese de heroísmo, de cultura, de cine o de música. Pero el heroísmo sí existe, si queremos calificar de ese modo la actitud de los burócratas esforzados que no son deshonestos, de los organizadores obreros que no se corrompieron ni buscaron el ascenso inmediato, de los nacionalistas revolucionarios que creyeron devotamente en las posibilidades de servir al país. Y a diferencia de los choteadores de oficio, no menosprecio en lo más mínimo la actividad de las ONG, de los grupos de la sociedad civil. Sé que ha valido la pena el esfuerzo por construir una cultura de la tolerancia, por vivificar las redes de solidaridad, por oponerse a la corrupción, por oponerse a la opresión.
--Tus pasiones intelectuales, ¿no contienen una forma de adoración al star system?
--De culto, sí, sin duda. No sé si adoración. "Adoración" es una palabra que yo reservo para Greta Garbo, Marlene Dietrich, Judy Garland, Billie Holyday, Ella Fitzgerald, Elvira Ríos y Chelo Silva. Pero desde luego hay un grado enorme de reconocimiento. No concibo un trabajo periodístico e intelectual que no se funde en la admiración.
--El ejercicio mismo del periodismo en México, ¿tendría sus propias y particulares personalidades?
--Sin duda. Desde el no muy ejemplar Félix Palavicini hasta el, a su modo, ejemplar José Pagés Llergo, pasando por Julio Scherer García, protagonista de tres actos memorables: haber cambiado el rumbo de Excélsior en 1968, haber resistido en 1976 al golpe orquestado desde el gobierno de Luis Echeverría y haber creado Proceso. Pero también el periodismo está sembrado de tiburones, de capitanes de empresa en verdad nefandos, de empresarios que negocian a diario la "libertad de expresión". En el periodismo mexicano lo más ejemplar es el apego al profesionalismo de reporteros y articulistas en un ámbito donde lo redituable ha sido negociar entrevistas y elogios, y canjear por residencias las idolatrías sexenales, las omisiones, las campañas de odio.
--¿Hay extranjeros que merezcan ser considerados en esta lista de personalidades, necesariamente incompleta?
--Decenas, miles. México, como todo país, también está hecho fundamentalmente por presencias de todas partes. Voy a dar una lista parcial pero válida de creadores de gran repercusión en este siglo en México: Rubén Darío, Pablo Neruda, César Vallejo, Jorge Luis Borges, Pablo Picasso, Igor Stravinsky, William Faulkner, Valéry, Marcel Proust, André Gide, Saint-John Perse, Matisse, Hemingway, Scott Fitzgerald, Thomas Mann... Son presencias muy vivas en la cultura mexicana. Pero es una obviedad. Una historia cultural nacional tomada al pie de la letra es un absurdo. Toda historia cultural es internacional por esencia.
El siglo XX mexicano visto por Carlos Monsiváis, en vísperas del 2000.

Friday, March 05, 2010

México en tus sentidos, el país de las maravillas donde vive Felipe Calderón



Arturo García Hernández
Por fin alguien hizo caso al constante llamado de Felipe Calderón para hablar bien de México. Fue Willy Souza, productor de videos publicitarios y de promoción turística institucional, director artístico del museo mural itinerante México en tus sentidos, levantado en plena plancha del Zócalo e inaugurado la noche del miércoles (3 de marzo).

Se entiende por eso que el Presidente estuviera tan contento. Y se lo hizo saber a Willy: "Muchas gracias por toda esta emoción, por toda esta manera de ver y de amar a México".

Modesto, Willy no quiso quedarse con todos los créditos: "Dios es el mejor director de arte que he conocido, y México su mejor escenario, México y los mexicanos son el verdadero artista de este monumental museo itinerante".

El recinto fue levantado sobre una carpeta de asfalto que cubre las baldosas de una sección del Zócalo. El chapopote todavía estaba fresco en algunas partes cuando el mandatario cortó el listón inaugural y recorrió la exposición mientras Willy Souza (director de la productora Industria Films Studios) le contaba anécdotas en torno a algunas de las fotografías. Por ejemplo: que tuvo que pagar 50 pesos por cada foto tomada en el interior de la iglesia de San Juan Chamula; o que recorrió el país durante ocho años con 18 cámaras a cuestas (por lo que pudiera ofrecerse).

Con base en las fotos expuestas, se concluye que el México que a Calderón y a Willy Souza les gusta es un país rural, como locación de película campirana, de mercados coloridos (sin supermercados de cadenas trasnacionales), indígenas sonrientes (no hay racismo, ni violación de derechos humanos), artesanos laboriosos (que ganan bien por su trabajo), charros, máscaras, danzantes, trajes típicos, paisajes idílicos (no hay depredación ni desastres ecológicos), campesinos felices (no hay comunidades desoladas por la emigración), pueblos pintorescos, niños y jóvenes alegres (nada que ver con los menores de la guardería ABC ni con los estudiantes masacrados en Ciudad Juárez).

Pero ya se sabe que a los aguafiestas nada les gusta. Seguro llegarán y ante tan espectacular –valga el término– grandilocuencia visual, dirán que predominó una estética televisiva, sometida a los criterios del rating. Como ocurrió en días pasados, durante el anuncio del programa de celebraciones oficiales del centenario y el bicentenario. Dirán también que con los mismos recursos, y en ocasión del centenario de la Revolución, hubiera sido mejor una muestra de los grandes maestros de la fotografía que han visto a México a lo largo de los años, también con admiración y cariño: los hermanos Casasola, Mariana Yampolsky, Manuel Álvarez Bravo, Edward Weston, Lola Álvarez Bravo, Nacho López, Tina Modotti, Graciela Iturbide, Juan Rulfo, Enrique Bostelmann, etcétera, etcétera, etcétera.

Ah, y quisquillosos como son, los aguafiestas preguntarán si el dinero no alcanzó para ponerle siquiera una breve ficha descriptiva a cada foto, dar un poco de contexto histórico o geográfico. Sobre todo porque el propio Willy Souza aseguró durante el recorrido con Calderón que cada una de las personas retratadas tienen nombre y apellido. Menos mal.

De seguro también refutarán la inflamada afirmación de Calderón en el sentido de que México en tus sentidos es una visión plural y diversa del país. Dirán que, más bien es una mirada aséptica, preciosista, efectista, edulcorada.

Mientras, como dijo Willy, "lo que México necesita es que lo abracen, que lo dejen de atacar". Por eso –indicó el publicista– México tiene "que ser venerado como veneramos a nuestras madrecitas (no precisó el sentido de la frase), a nuestra Selección".

Y acuñó una frase que parece sacada del promocional del gobierno federal, que por estos días suena a todas horas en la radio: "A México lo respiras, lo escuchas, lo pruebas, lo tocas, y lo ves a diario".

Cómo no se iba a emocionar el Presidente, sobre todo porque México en tus sentidos "hace que apreciemos las enormes riquezas de lo que somos y de lo que tenemos, que están mucho más allá, mucho más arriba, mucho más distantes que los problemas que tenemos, también".

Al final agradeció a los patrocinadores la invitación a inaugurar el recinto ambulante. Por cierto, el único logo visible de algún patrocinador era el de Televisa.

Por fin alguien le hizo caso a Felipe Calderón.

(Publicado en La Jornada, 5 de marzo de 2010)