Thursday, February 03, 2011

Murió María Schneider: cinéfilos y erotómanos de luto


Hoy, a los 58 años de edad, murió María Schneider, coprotagonista, junto a Marlon Brando, de El último tango en París --del joven Bernardo Bertolucci-- calificada en su momento por la crítica como la película “más liberadora que jamás se haya hecho”. Fue el único filme importante que hizo Schneider, pero suficiente para proyectarla como un icono del erotismo en la segunda mitad del siglo XX.
El ingobernable Brando encarna a Paul y la juvenil Schneider a Jeanne.
El último tango... fue estrenada el 14 de octubre de 1972, en el Festival de Cine de Nueva York. Tal vez su contenido erótico (incluida la legendaria escena de la sodomización lubricada con mantequilla) no resulte hoy tan provocadora ni transgresora como en su momento, pero su tratamiento de la tríada amor-sexo-muerte se mantiene vigente y poderosa.
En una reseña de la película, el escritor Norman Mailer --ya lo sabemos, misógino donde los haya-- describe: “María Schneider tiene una presencia tan sexual. Ninguna de las fotografías nos han preparado para esto. Son muy raras las actrices, sólo unas pocas, que tienen atractivo carnal. Uno siente como si las pudiera tocar en la pantalla. Schneider tienen un atractivo nasal: uno la puede oler. Es como todas las de dieciocho años que previstas de minifalda y maxiabrigo, alguna vez caminaron por la Quinta Avenida con esa arrogancia interior que proclama: Mi coño es mi carroza.
“Sólo debemos esperar unos minutos. Ella va a ver un apartamento en alquiler. Brando ya está allí. Se han cruzado en la calle y en una cabina telefónica; ahora están en una habitación vacía. (…) Así es como Bertolucci intima a través del silencio de esa habitación, mientras Brando y Schneider, totalmente vestidos, se sacuden, se agarran, hacen conexión, echan bofes, gritan y acaban en menos de un minuto; sus orgasmos se suceden como cubos de basura que ruedan cuestabajo. Se caen el suelo y se separan. Es como si les hubiera explotado una granada de mano en las entrañas…”
El guión del filme fue convertido en novela por Robert Alley. La historia empieza cuando Paul (Brando) y Jeanne (Schneider) se encuentran de frente en un puente sobre el río Sena. Para cada uno, “el puente, el día, el horizonte de París y las condiciones de su existencia, significaban cosas totalmente diferentes y la mera posibilidad de un encuentro les habría parecido infinitesimal”.
El, quien “tenía un perfil de halcón, arrogante e intransigente hasta el dolor, sollozaba mientras caminaba sin rumbo aparente de columna a columna. Su cuerpo era grueso y musculoso y se movía con el descuido físico de un atleta envejecido”.
La muchacha tenía la mitad de su edad: “Llevaba un sombrero marrón de fieltro suavemente ladeado y ofrecía la expresión impetuosa de la gente joven y hermosa. Caminaba con una provocación rayana en la impertinencia; movía el bolso con una larga correa de cuero y su abrigo maxifalda era blanco y de gamuza. El rostro estaba enmarcado sobre un cuello de zorro gris. Tenía las pestañas con un poco de maquillaje, la boca carnosa y saliente había sido cuidadosamente retocada con un color que parecía húmedo y freso”.
Ella lo vio primero “y no apartó la mirada cuando él fijó sus ojos distraídos, pero decididos, en los de ella: algo sucedió en ese primer intercambio. Un hombre que ella supuso era un vagabundo, de pronto, se convirtió en una figura notable debido tal vez a las lágrimas y a una contradictoria sensación de violencia que emanaba de él. El únicamente vio un objeto, sensualmente más agradable que la mayoría, pero de todas maneras un objeto tirado en el camino de su propio absurdo paseo.”
Así empieza la película que marcó a dos generaciones de cinéfilos y erotómanos. Por ellos, María Schneider --de trágica existencia-- ahora es inmortal.